ROBERO O´FARRILL
Hace 50 años surgió en el papa
Paulo VI la idea de celebrar el Día de la Paz el primer día del año
1968. Para ello escribió un mensaje el 8 de diciembre de 1967, el
primero de lo que ahora es la Jornada Mundial de la Paz que se
celebra el 1 de enero de cada año a fin de “defender la paz frente
a los peligros que siempre la amenazan”.
En este 50º Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz, Francisco propone que “la caridad y la no
violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones
interpersonales, sociales e internacionales”, explica que “cuando
las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se
convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no
violentos de construcción de la paz” y propone que “la no
violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el
orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones,
de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en
todas sus formas”. Con la expresión “desde el nivel local y
cotidiano” el Papa nos involucra a todos, no solamente a jefes de
Estado y a autoridades civiles y militares, sino que se dirige a
todos, pues los niveles de violencia crecen en los ambientes de
nuestra sociedad, desde las instituciones hasta la vía pública.
Con lamentable experiencia histórica,
Francisco recuerda en su Mensaje que “el siglo pasado fue devastado
por dos horribles guerras mundiales, conoció la amenaza de la guerra
nuclear y un gran número de nuevos conflictos, pero hoy
lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial por partes.
No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento
de lo que fue en el pasado”, explica que “esta violencia que se
comete por partes, en modos y niveles diversos, provoca un enorme
sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y
continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados
impredecibles” y añade: “La violencia no es la solución para
nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia
lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un
enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se
destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades
cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los
ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del
mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y
espiritual de muchos, si no es de todos”.
Francisco presenta un sencillo
razonamiento al explicar que “si el origen del que brota la
violencia está en el corazón de los hombres, entonces es
fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en
el seno de la familia” y expone un hermoso ejemplo: “Las
políticas de la no violencia deben comenzar dentro de los muros de
casa para después extenderse a toda la familia humana. El ejemplo de
santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino
del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una
sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad”.
El Papa presenta, además, un
llamamiento: “Las ocho bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10)
trazan el perfil de la persona que podemos definir bienaventurada,
buena y auténtica. Bienaventurados los mansos -dice Jesús-, los
misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los puros de corazón,
los que tienen hambre y sed de la justicia. Esto es también un
programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos,
para los responsables de las instituciones internacionales y los
dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo
el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de sus
propias responsabilidades”.
Hacia la parte final, en el Mensaje
informa acerca de la creación del nuevo Dicasterio para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral.
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