José M. Castillo
Es un hecho que, en la Iglesia, hay gente muy religiosa, sobre
todo entre el clero, que no está de acuerdo con el papa que tenemos.
No pienso analizar aquí este complicado asunto. Lo que pretendo, en
este breve escrito, es simplemente indicar por qué cada día veo más
claro que, ¡por fin!, tenemos en la Iglesia un papa que cree en el
Evangelio de Jesús.
No digo, en modo alguno, que los papas
anteriores no hayan creído en el Evangelio. Por supuesto, que han
creído. Lo que pasa es que, cuando hablamos del Evangelio, no es lo
mismo creer en él, que vivir como el Evangelio nos dice que tenemos
que vivir. Aquí tocamos el nudo del problema. Y en esto está la
clave de todo este asunto. He leído - y releído –el discurso que
el papa pronunció, en Roma, ante más de 3.000 participantes de 60
países, que representaban a los movimientos populares de todo el
mundo. Pues bien, lo que más me ha llamado la atención, al leer
este discurso papal, es que en él no se habla de Teología, ni de
Exégesis Bíblica, ni de Doctrina Social de la Iglesia, ni de
Ciencias Políticas o Sociales, ni de las enseñanzas del Magisterio
Eclesiástico, ni de la Soteriología, ni de la Escatología, ni de
la Cristología o la Eclesiología, ni de la Modernidad o la
Posmodernidad, ni de ninguna de esas cosas con las que se calientan
la cabeza, a diario, los más sesudos pensadores del saber cristiano.
Nada de eso, por lo visto, le interesa al
papa Francisco. Entonces, ¿qué es lo que le interesa a este papa
cuando se ve delante de quienes representan a las gentes más
necesitadas de este mundo? Pues, o yo estoy ciego (o me ciega no sé
qué extraña pasión), o lo que al papa le preocupa y le angustia es
exactamente, ni más ni menos, que lo mismo que le preocupó y le
apasionó a Jesús de Nazaret. ¿De qué se trata? ¿Qué es esto? Si
algo hay claro, en los evangelios, es que el centro de las
preocupaciones de Jesús fue Dios. Pero el problema, que plantean los
evangelios, no está en eso. El problema está en cómo tenemos que
buscar y encontrar a Dios. Ahora bien, si algo hay claro en el
Evangelio, es que a Dios no lo encontramos primordialmente en la
“observancia de la Religión”, sino en la “lucha contra el
sufrimiento humano”. Por eso el papa habló, con tanta fuerza, no
de los grandes temas teológicos y morales de los que venían
hablando los papas, desde León XIII hasta Benedicto XVI. Nada de
eso. Lo que Francisco hizo, en su discurso, fue irse derechamente a
lo mismo que hizo Jesús. En cuanto se puso a anunciar el Reino de
Dios, ¿qué hizo? Ponerse a curar enfermos, aliviar penas, acoger a
gentes desamparadas, comer con los hambrientos…, sin tener en
cuenta para nada si aquellas curaciones y aquellas comidas, con
gentes de mala vida y mala fama, estaban permitidas o prohibidas por
la religión. Sin duda alguna, la Iglesia tiene que cambiar. Pero,
¿tenemos claro en qué tiene que cambiar? El problema no está en
cambiar los cargos y dicasterios (oficinas) de la Curia Vaticana. Ni
siquiera el problema está en que el Vaticano afirme la importancia
capital del Evangelio, cosa que ya ha hecho tantas veces. Todo eso
puede quedarse en mera palabrería. El problema central y decisivo de
la Iglesia está en que ponga el motor de su vida y su presencia en
la sociedad en vivir como vivió Jesús. La fórmula determinante
quedó formulada por Francisco con brevedad y precisión: “hablamos
de la necesidad de un cambio para que la vida sea digna”. La
“dignidad de la vida”. En esto está el centro de la religiosidad
por la que tiene que afanarse y luchar la Iglesia. Y sobre este
proyecto se tiene que re-hacer la Teología. Una Teología menos
interesada por problemas tales como el pecado o la salvación eterna.
Y centrada, sobre todo, en: 1. Poner la economía al servicio de los
pueblos. 2. Construir la paz y la justicia. 3. Defender la Madre
Tierra. Sólo así podremos tener obispos menos preocupados por los
problemas relacionados con la sexualidad y la homosexualidad. Obispos
que, ante tantos escándalos de abusos de clérigos a seres
inocentes, se ponen a mirar para otro sitio. Y tendremos obispos más
interesados y afanados por enfrentarse, si es preciso, a gobernantes
que favorecen a los ricos, al tiempo que esos gobernantes tan
“piadosos” dictan leyes que aumentan la distancia entre los
potentados y los débiles. Y, sobre todo, si esto se toma en serio y
con todas sus consecuencias, tendremos una Iglesia, no para el
pueblo, sino del pueblo. No para los pobres, sino de los pobres. Y a
la que se apuntarán los ricos, si es que tienen coraje para
compartir su vida con la de los pobres.
No olvidando jamás una cuestión que es decisiva. Sólo una
Iglesia así, estará capacitada para conocer la Cristología y, por
tanto, para enterarse de quién es Jesús, cómo se vive
cristianamente y cómo se anuncia el Evangelio. ¿Por qué? Esta
pregunta se responde afrontando otra cuestión, que es la que más
miedo nos da: ¿Cómo conocieron los primeros discípulos a Jesús?
No lo conocieron estudiando Cristología, sino viviendo con ÉL y
como ËL. De este asunto tan decisivo, la Iglesia, los seminarios,
los teólogos, los obispos y los papas, no nos hemos enterado. El día
que esto se afronte de veras, ese día la Iglesia empezará a tener
sentido y a dar sentido a la vida de la gente. Y esto, justamente
esto, es lo que ha puesto en marcha, con sus “llamadas”
ocurrencias y originalidades, el actual papa Francisco. Por eso
podemos decir que tenemos un papa que cree en el Evangelio”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario