Leonardo Boff
Ya hace años se notaba, un poco en
todas partes del mundo, la ascensión de un pensDoña Marisa Leticia,
esposa del expresidente Lula, murió en un contexto político
perturbado. En palabras del propio Lula, “ella murió triste” y
también traumatizada.
Lo más grave a nuestro parecer es
que se ha que instaurado un real estado de sitio judicial. La
operación Lava-Jato mostró jueces justicieros que usan el derecho
como instrumento de persecución, en el caso del PT y directamente
del ex-presidente Lula. La Policía Federal, muy al estilo de la SS
nazi, entró dentro de la casa de la familia Lula, revisaron cada
rincón, voltearon el colchón, esculcaron el tocador de doña
Marisa, revolvieron la nevera, cargaron lo que pudieron y llevaron
coercitivamente, esta es la expresión correcta, al ex presidente
Lula para interrogarle en una delegación del aeropuerto.
Tal acto de violencia física y
simbólica traumatizó a la ex-primera dama. Mayor fue el trauma
cuando fue imputada como criminal en la operación Lava Jato junto
con su marido. Eso la llenó de miedo y alteró su estado de salud.
Como si no bastase lo que escribió
valerosamente la periodista Hildegard Ángel en su blog de internet:
«los ocho años de bombardeo intenso, tiroteo de burlas, ofensas de
todo tipo, ridiculizaciones, referencias mordaces, críticas crueles,
muchas calumnias. Y sin el consuelo de las contrapartidas». Hago
mías estas palabras de Hildegard Ángel, pues representan lo que
puedo testimoniar en más de 30 años de amistad entrañable con doña
Marisa y Lula: «Fue compañera, fue amiga y leal al marido todo el
tiempo. Fue amable y cordial con todos los que se acercaron a ella.
No hay un solo relato de episodio de arrogancia o desprecio hecho por
ella a alguien como primera-dama del país. El ama de casa que cuida
el jardín, planta la huerta, se preocupa de la dieta del marido y
protege a la familia, formó con Lula un verdadero matrimonio».
La critican porque como primera dama
no asumió funciones públicas. Pero pocos saben que fue ella quien
restituyó la forma original del palacio de Planalto, rescatando los
muebles y tapetes que habían sido donados a ministros y a otros
departamentos. Tenía un elevado sentido estético. Fue fundamental
en la reforma de la Catedral, que acompañó paso a paso.
Finalmente, fue ella quien introdujo
en la Residencia Oficial de la Granja del Torto las fiestas de la
cultura popular, la celebración de sus santos de devoción, que lo
son de la mayoría del pueblo brasilero, san Antonio y san Juan. Allí
organizó el carnaval al estilo del pueblo, con las banderitas y la
cucaña. Escándalo para la burguesía despegada de nuestras raíces
y avergonzada de nuestras tradiciones.
Sufrió un AVC que fue fatal. La
visité en la UTI, le dije al oído (dicen que incluso en coma el
oído todavía funciona) palabras de confianza y de entrega a Dios
Padre y Madre en quien ella creía con fe profunda. Dios la estaba
esperando para entrar en su seno materno y paterno para ser
eternamente feliz. Abracé al ex-presidente que no escondía las
lágrimas. Cuando se constató la muerte cerebral, el corazón
todavía latía. Él dijo unas palabras muy ciertas: “Su corazón
late porque nuestro amor es más fuerte que la muerte”.
Junto a tanto dolor, se vieron en
internet palabras de odio y de maledicencia. Felices porque moría y
merecía morir de aquella manera. Ahí me di cuenta de que no solo
tenemos pedófilos sino también necrófilos, aquellos que aman
y celebran la muerte de los otros. Es pertinente la frase atribuida
al Papa Francisco: «Cuando celebras muerte de alguien, el primero
que murió eres tú mismo».
Ante la muerte, el momento último
para cada ser humano, pues va a encontrarse con la Suprema Realidad
que es Dios, debemos callar reverentes. O decimos palabras de
consuelo y solidaridad o mejor callamos respetuosamente. ¿Cómo
podemos ser crueles y sin piedad ante la muerte dolorosa de una
persona conocida como extremamente bondadosa, arraigada en los más
pobres, luchadora por los derechos de los trabajadores y de las
mujeres y con gran amor a Brasil? Al odio ella respondió
generosamente donando sus órganos para que otros puedan vivir.
Lamentablemente, el golpe perpetrado contra el pueblo impuso una
agenda radical, que según el periodista Elio Gaspari «es una gran
máscara, detrás de la cual se esconden los viejos y buenos
oligarcas» (O Globo 5/02/17 p.8). Esos odian a los pobres como
odian al PT y a Lula y odiaron a doña Marisa Leticia.
Pero la verdad y la justicia poseen
una fuerza intrínseca. Ellas arrancarán las máscaras de los
pérfidos. La luz brillará. Mientras tanto, contemplaremos una
estrella en el cielo de la política brasilera: Doña Marisa Leticia
Lula da Silva.
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