JOSÉ ANTONIO OCAMPO
NUEVA YORK – A lo largo y ancho de
América Latina hay un creciente sentimiento de ansiedad. La
presidencia de Trump ha traído nuevas angustias a la región en
materia comercial y financiera, las cuales se suman a aquéllas
asociadas a una recuperación económica que era todavía frágil.
Sus anuncios han afectado ya algunas inversiones en México, que ha
visto como su moneda se deprecia en forma significativa.
Los factores internos explican en
parte este comportamiento. El ejemplo más importante es Venezuela,
que sigue sumida en una profunda crisis política y económica.
Brasil superó lo peor en 2016, pero su economía no parece todavía
capaz de recuperarse en forma vigorosa de la peor recesión de su
historia. Por su parte, Argentina sigue luchando con altos niveles de
inflación y déficit fiscal. Y Ecuador se ha visto afectado por la
caída en sus ingresos petroleros y la dolarización, que constituye
una desventaja evidente en una región donde la mayoría de los
países han depreciado sus monedas.
Chile, Colombia y Uruguay siguen
sumidos en una trayectoria de lento crecimiento. De esta manera,
entre las economías de mayor tamaño relativo, solo se ha venido
recuperando Perú, pero a un ritmo muy inferior al que experimentó
dicho país durante el superciclo de precios de productos básicos.
Como un todo, las únicas economías que han resistido las tendencias
a la desaceleración son algunas pequeñas de Sudamérica (Bolivia y
Paraguay), Centroamérica y la República Dominicana.
La noticia positiva es la expectativa
de un aumento en la demanda de exportaciones latinoamericanas. La
economía de los Estados Unidos se está acelerando, la Unión
Europea muestra por fin una recuperación más firme y hay menos
incertidumbres que hace un año en relación con la economía china.
Los precios de productos básicos parecen haber alcanzado un piso en
2016 y las remesas de los migrantes se han recuperado y superan ya
los niveles de 2007-2008.
En todo caso, los beneficios de estas
dos últimas tendencias son limitados. Si se juzga por su dinámica
histórica, los precios de productos básicos están apenas en el
inicio de un período prolongado de debilidad y las oportunidades
migratorias a Estados Unidos y España se interrumpieron desde la
crisis del 2008 y serán aún más escasas bajo Trump.
América Latina enfrenta, además,
tendencias adversas en materia de comercio y financiamiento
internacionales. De acuerdo con la Oficina de análisis de política
económica de Holanda (CPB Netherlands Bureau), el volumen del
comercio internacional ha crecido a un ritmo inferior al 2% por año
desde 2007. Este es el ritmo de crecimiento más bajo desde la
Segunda Guerra Mundial y la primera vez desde entonces en que es
inferior al de la producción mundial.
El lento crecimiento del comercio
representa un riesgo significativo para los países latinoamericanos,
que deben aumentar y diversificar significativamente sus
exportaciones como parte de su estrategia de recuperación. Además,
el proteccionismo de los Estados Unidos e incluso una guerra
comercial son ahora posibilidades reales. Esta amenaza afecta no
solamente a China sino también a México, donde algunas empresas ya
han reducido o cancelado inversiones destinadas a aumentar la
producción destinada al mercado de los Estados Unidos. Y si Trump
cumple su promesa de renegociar el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (NAFTA, de acuerdo con sus siglas en inglés),
debe afectar los otros tratados de Estados Unidos con países
latinoamericanos, que son en cierto sentido hijos de NAFTA.
Mantener el acceso al mercado
financiero internacional a costos razonables es otro desafío para
los países latinoamericanos. En años recientes, la región se ha
beneficiado de un financiamiento abundante y ha logrado superar las
sucesivas dificultades generadas por la caída de los precios de
productos básicos, las perturbaciones financieras que experimentó
China en 2015 y comienzos de 2016, y el comienzo de la normalización
de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal.
Pero ahora puede haber nuevos choques
adversos. Una vez superada el alza coyuntural en los márgenes de
riesgo que tuvo lugar después de las elecciones de los Estados
Unidos, el financiamiento externo se ha tornado más costoso. La tasa
de interés de referencia para América Latina, el bono a diez años
del Tesoro de los Estados Unidos, se ha incrementado un punto
porcentual desde las elecciones y la Reserva Federal puede ahora
acentuar esta tendencia.
Peor aún, se pueden generar grandes
perturbaciones financieras de alcance mundial si se combina, como es
previsible, un aumento en el déficit fiscal de los Estados Unidos
(algo que dependerá en gran media del Congreso) con una política
monetaria restrictiva y un dólar fuerte. Esta fue la mezcla de
políticas que precipitó una crisis financiera mundial a mediados de
los años ochenta del siglo pasado. Se puede ver agravada si Trump
responde al aumento en el déficit comercial con medidas
proteccionistas, como de hecho lo hizo Estados Unidos entonces en
relación con Japón.
Las decisiones de política económica
de Trump durante los primeros días de su mandato serán críticas
para América Latina. Esperemos que no frenen la recuperación y no
empujen nuevamente a América Latina a una recesión, justo cuando
pensábamos que habíamos salido finalmente de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario