Asegura que para Jesús
sentir piedad equivale a compartir la tristeza de quien encuentra,
pero al mismo tiempo a trabajar en primera persona para transformarla
en alegría
El día no parece muy bueno, pero
vosotros sois valientes y habéis venido con la lluvia. Gracias. Esta
audiencia se hará en dos lugares. Los enfermos están en el Aula
Pablo VI, por la lluvia, están más cómodos allí y nos siguen
desde allí con las pantallas gigantes. Y nosotros aquí. Estamos
unidos los dos y os pido que les saludemos con un aplauso. No es
fácil aplaudir con el paraguas en la mano ¿eh?
Al mismo tiempo, la piedad no se debe
confundir con la compasión que sentimos por los animales que viven
con nosotros; sucede, de hecho, que a veces se siente esto hacia los
animales, y se permanece indiferente hacia el sufrimiento de los
hermanos. Cuántas veces vemos gente muy unida a los gatos, a los
perros, y después no ayudan con el hambre del vecino, la vecina,
¿eh? No, no. ¿De acuerdo?
La piedad de la que queremos hablar
es una manifestación de la misericordia de Dios. Es uno de los siete
dones del Espíritu Santo que el Señor ofrece a sus discípulos para
hacerlos “dóciles al obedecer a las inspiraciones divinas”
(Catecismo de la Iglesia Católica, 1830). Muchas veces en los
Evangelio se habla del grito espontáneo que personas enfermas,
endemoniadas, pobres o afligidas dirigían a Jesús: “Ten piedad”
(cfr Mc 10,47-48; Mt 15,22; 17,15). A todos Jesús respondía con la
mirada de la misericordia y el consuelo de su presencia. En estas
invocaciones de ayuda y petición de piedad, cada uno expresaba
también su fe en Jesús, llamándolo “Maestro”, “Hijo de
David” y “Señor”. Intuían que en Él había algo
extraordinario, que le llevaba a ayudar y salir de la condición de
tristeza en la que se encontraban. Percibían en Él el amor de Dios
mismo. Y también si la multitud se aglomeraba, Jesús se daba cuenta
de esas invocaciones de piedad y se apiadaba, sobre todo cuando veía
personas que sufrían y heridas en su dignidad, como en el caso de la
hemorroísa (cfr Mc 5,32). Él les pedía tener confianza en Él y en
su Palabra (cfr Jn 6,48-55). Para Jesús sentir piedad equivale
a compartir la tristeza de quien encuentra, pero al mismo tiempo a
trabajar en primera persona para transformarla en alegría.
También nosotros estamos llamados a
cultivar actitudes de piedad delante de tantas situaciones de la
vida, sacudiéndonos de encima la indiferencia que impide reconocer
las exigencias de los hermanos que nos rodean y liberándonos de la
esclavitud del bienestar material (cfr 1 Tm 6,3-8).
Miremos el ejemplo de la virgen
María, que cuida de cada uno de sus hijos y es para nosotros
creyentes icono de la piedad. Dante Alighieri lo expresa en la
oración a la Virgen en la cima del Paraíso: “In te misericordia,
in te pietate, […] in te s’aduna quantunque in creatura è di
bontate” (XXXIII, 19-21).
Gracias.
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