Encuentro de oración por la
paz
(ZENIT).- El papa Francisco participó
ayer martes al último día del encuentro ‘Sed de Paz’ que se
realizó en Asís, el cual inició el domingo y contó con la
participación de 511 líderes religiosos. En
la ceremonia final los principales jefes de religiones
encendieron una vela y firmaron un llamado a la paz.
“Santidad, ilustres
Representantes de las Iglesias, de las Comunidades y de las
Religiones,
¡queridos hermanos y hermanas!
¡queridos hermanos y hermanas!
Les saludo con gran respeto y afecto
y les agradezco su presencia. Hemos venido a Asís como peregrinos
que buscan la paz. Llevamos en nuestro interior y ponemos ante
Dios las expectativas y las angustias de muchos pueblos y de muchas
personas. Tenemos sed de paz, tenemos el deseo de testimoniar la paz,
necesitamos sobre todo orar por la paz, porque la paz es un don de
Dios y es tarea nuestra invocarla, acogerla y construirla cada día
con su ayuda.
“Bienaventurados los que trabajan
por la paz” (Mt 5,9). Muchos de ustedes han hecho un largo camino
para llegar hasta este bendito lugar. Salir, ponerse en camino,
encontrarse con otros y trabajar por la paz no son solo movimientos
físicos, sino sobre todo del alma, son respuestas espirituales
concretas para superar la actitud de cerrarse abriéndose a Dios y a
los hermanos. Dios nos lo pide, exhortándonos a contrarrestar
la peor enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus
que paraliza, nos hace insensibles e inertes, una enfermedad que
infecta el mismo centro de la religiosidad, generando un nuevo
tristísimo paganismo: el paganismo de la indiferencia.
No podemos quedarnos indiferentes.
Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se
sufre por guerras, en muchos casos olvidadas, pero que siempre son
causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con mi querido hermano
y Patriarca ecuménico Bartolomé, vimos en los ojos de los
refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de
paz. Pienso en familias, cuya vida ha dado un vuelco; en niños que
no han conocido en su vida nada más que violencia; en ancianos
obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de
paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos,
nosotros deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y
a los que nadie escucha. Ellos saben, muchas veces mejor que los
poderosos, que no hay un mañana en la guerra y que la violencia de
las armas destruye la alegría de la vida.
Nosotros no tenemos armas. Pero sí
creemos en la fuerza humilde y mansa de la oración. En esta jornada,
la sed de paz se ha convertido en invocación a Dios, para que cesen
las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que desde Asís
invocamos no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera “es
el resultado de negociaciones, de compromisos políticos o de
regateos económicos. Es más bien el resultado de la oración”
(JUAN PABLO II). Busquemos en Dios, fuente de la comunión, el agua
limpia de la paz, de la que tanta sed tiene el mundo. Esa agua no
puede brotar en los desiertos del orgullo y de los intereses
partidistas, en las tierras áridas de obtener beneficios a toda
costa y del comercio de armas.
Nuestras tradiciones religiosas son
distintas. Pero la diferencia para nosotros no es un motivo de
conflicto, de polémica o de frío distanciamiento. Hoy no hemos
orado unos contra otros, como ha pasado por desgracia en ocasiones a
lo largo de la historia. Sin sincretismos y sin relativismos, hemos
orado unos junto a otros, los unos por los otros. San Juan Pablo II
en este mismo lugar dijo: “Tal vez nunca como ahora en la historia
de la humanidad ha sido tan claro a ojos de todo el mundo el vínculo
intrínseco entre una actitud auténticamente religiosa y el gran
bien de la paz”. Continuemos el camino que empezó hace treinta
años en Asís, donde sigue vivo el recuerdo de aquel hombre de Dios
y de paz que fue san Francisco, “una vez más, reunidos aquí,
afirmamos que aquel que utiliza la religión para fomentar la
violencia contradice la inspiración más auténtica y profunda de
dicha religión”, que toda forma de violencia no representa “la
verdadera naturaleza de la religión, sino que es una tergiversación
y contribuye a su destrucción” (BENEDICTO XVI). No nos cansamos de
repetir que el nombre de Dios nunca puede justificar la violencia.
¡Solo la paz es santa y no la guerra!
Hoy hemos implorado el santo don de
la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan
la sacralidad de la vida humana, que promuevan la paz entre los
pueblos y que custodien la creación, nuestra casa común. La oración
y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar atrapados en las
lógicas del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de quien
solo sabe protestar y enojarse. La oración y la voluntad de
colaborar comprometen a una paz verdadera, no ilusoria: no la calma
de quien esquiva las dificultades y da la espalda mirando hacia otra
parte, siempre que no toquen sus intereses; no el cinismo de quien se
lava las manos de problemas que no son suyos; no el planteamiento
virtual de quien lo justifica todo y a todos desde el teclado de un
ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos y
ensuciarse las manos por quien lo necesita. Nuestro camino es el de
sumergirnos en las situaciones y poner a quien sufre en el primer
sitio; el de asumir los conflictos y curarlos desde dentro; el de
recorrer con coherencia caminos de bien, rechazando los atajos del
mal; el de emprender con paciencia, con la ayuda de Dios y con buena
voluntad, procesos de paz.
Paz, un hilo de esperanza que une la
tierra y el cielo, una palabra sencilla y difícil al mismo tiempo.
Paz significa perdón que, fruto de la conversión y de la oración,
nace en el interior y, en nombre de Dios, permite curar las heridas
del pasado. Paz significa acogida, disponibilidad al diálogo,
superación de las actitudes cerradas, que no son estrategias de
seguridad sino puentes sobre el vacío. Paz significa colaboración,
intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no
un problema, un hermano con el que se puede intentar construir un
mundo mejor. Paz significa educación: un llamamiento a aprender cada
día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del
encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia
y de endurecimiento, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del
hombre.
Nosotros, aquí, juntos y en paz,
creemos en un mundo fraterno y mantenemos la esperanza en un mundo
fraterno. Deseamos que hombres y mujeres de religiones distintas se
reúnan en todas partes y creen concordia, sobre todo allí donde hay
conflictos. Nuestro futuro es convivir. Por eso estamos llamados a
librarnos de los pesados fardos de la desconfianza, de los
fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz
en la invocación a Dios y en la acción por el hombre. Y de
nosotros, en cuanto jefes religiosos, se espera que seamos firmes
puentes de diálogo, mediadores creativos de paz. Nos dirigimos
también a quien tiene la más alta responsabilidad en el servicio de
los pueblos, a los líderes de las naciones para que no se cansen de
buscar y promover vías de paz, mirando más allá de los intereses
partidistas y del momento: que no caigan en saco roto el llamamiento
de Dios a las conciencias, el grito de paz de los pobres y las buenas
expectativas de las jóvenes generaciones. Aquí, hace treinta años,
san Juan Pablo II dijo: “La paz es una obra abierta a todos y no
solo a los especialistas, a los sabios y a los estrategas. La paz es
una responsabilidad universal” Hagamos nuestra esta
responsabilidad, reafirmemos hoy nuestro sí a ser, juntos,
constructores de la paz que Dios quiere y de la que tanta sed tiene
el mundo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario