Un delito de ricos a
costa de los pobres
En los países en vías de
desarrollo, al menos 250.000 millones de euros de ingresos fiscales
desaparecen cada año en los paraísos fiscales, es decir, seis veces
el importe anual necesario para luchar y vencer el hambre hasta 2025.
Jérôme Duval
Son entonces los más adinerados los
que se aprovechan de la reducción de ingresos fiscales por fraude,
lo que perpetúa y empeora las desigualdades. Parece lógico que los
más ricos, que se aprovechan de los beneficios de sus empresas,
tendrían que contribuir con una redistribución a favor de los más
pobres a través del impuesto sobre los beneficios de estas empresas.
Sin embargo, la plusvalía generada por la explotación de la fuerza
laboral se evapora en territorios paradisíacos para la oligarquía
que gobierna y legisla.
Se trata de un robo organizado a gran
escala –ilegítimo y no conforme a cualquier idea de desarrollo
humano– de una riqueza que pertenece a aquellos y aquellas que la
han creado con su trabajo, y que debería financiar los servicios
públicos. De hecho, el impuesto sobre los beneficios, así no
redistribuido para el bien común porque escapa al fisco, permite al
capitalista optimizar la plusvalía obtenida del trabajo intentando,
ilegalmente o no, privatizar su totalidad.
El fraude obstaculiza el desarrollo
El fraude y la evasión fiscal, que
son practicados por las multinacionales ayudadas por grandes
sociedades de auditoría, sobre todo (los famosos big four: Deloitte
Touche Tohmatsu, Ernst & Young, KPMG y Price Waterhouse Coopers),
son una verdadera calamidad que entorpece el avance de un desarrollo
real para las poblaciones empobrecidas por estas políticas.
Esta hemorragia de capitales impide
la construcción de hospitales y el empleo de médicos con salarios
dignos; el equipamiento de escuelas a la altura del reto acompañado
de una contratación de profesores para reducir el número de alumnos
por clase; la implantación de redes de suministro de agua potable,
etc. Para el periodo 2008-2012, Global Financial
Integrity estima que en 31 países en desarrollo las salidas de
fondos ilícitos fueron superiores a los gastos públicos de salud, y
que en 35 países en desarrollo fueron superiores a los gastos
públicos de enseñanza.
En su
informe Illicit Financial Flows from Developing Countries:
2004-2013, la misma organización constata que los países
calificados de “en desarrollo” y las economías emergentes
perdieron 7,8 billones de dólares en los flujos financieros ilícitos
desde 2004 hasta 2013, con salidas ilícitas cada vez más
importantes, aumentando una media de un 6,5% al año, casi dos veces
más rápido que el PIB mundial.
Crecimiento de las desigualdades
Tantas necesidades evidentes y, sin embargo, indispensables para el
avance de un verdadero desarrollo se abandonan en favor de una clase
oligárquica que no para de enriquecerse. El Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha indicado que el 8% de la
población mundial más rica recibe la mitad de la totalidad de los
ingresos, mientras que la otra mitad se reparte entre el 92%
restante. La riqueza concentrada en manos del 1% más rico ha
ascendido al 48% de la riqueza mundial en 2014 frente al 44% en 2010.
Durante los últimos 20 años, las desigualdades de los ingresos han
aumentado en los países en desarrollo.
El fraude fiscal merece un poco de seriedad, y sobre todo una justicia que sancione a los culpables. En ello va el desarrollo de países empobrecidos por el “sistema deuda”. En su informe, el experto independiente sobre la deuda de la ONU, Juan Pablo Bohoslavsky, insiste en la necesidad de combatir los flujos financieros considerados ilícitos, que “contribuyen a la acumulación de una deuda insostenible, porque la falta de ingresos públicos puede forzar a los gobiernos a acudir a los préstamos exteriores”.
El fraude fiscal merece un poco de seriedad, y sobre todo una justicia que sancione a los culpables. En ello va el desarrollo de países empobrecidos por el “sistema deuda”. En su informe, el experto independiente sobre la deuda de la ONU, Juan Pablo Bohoslavsky, insiste en la necesidad de combatir los flujos financieros considerados ilícitos, que “contribuyen a la acumulación de una deuda insostenible, porque la falta de ingresos públicos puede forzar a los gobiernos a acudir a los préstamos exteriores”.
En vez de endeudarse para hacer
frente a esta hemorragia de capitales que constituye el fraude
fiscal, dichos flujos ilícitos privan a los Estados de recursos que
podrían financiar actividades indispensables para la eliminación de
la pobreza y para la consecución de derechos económicos, sociales,
culturales, civiles y políticos.
Al término de este informe, una
resolución sobre la evasión fiscal y la necesidad de devolver
los activos malversados a los países calificados de “en
desarrollo” fue adoptada a nivel del Consejo de los Derechos
Humanos de la ONU. El 24 de marzo de 2016, ningún Estado
europeo votó a favor. Bélgica, Francia, Alemania, Países Bajos,
Suiza, Reino Unido, Portugal, Albania, Eslovenia, Letonia, Georgia,
la República de Corea, la Ex-República yugoslava de Macedonia,
México y Panamá se abstuvieron.
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