Con los ojos fijos en Él
en la realidad y la fe
Comisión ecuatoriana Justicia
y Paz
carta No. 305
– 7 de septiembre de 2025
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Nadie está preparado
“Hoy reflexionamos sobre el contraste que existe entre la esperanza cristiana y la realidad de la muerte. Nuestra civilización moderna trata de suprimir y disimular la muerte, hasta el punto de que cuando llega nadie está preparado, ni tiene tampoco los medios para darle un sentido. La muerte es un misterio, manifiesta la fugacidad de la vida, nos enseña que nuestro orgullo, ira y odio, son sólo vanidad; que no amamos lo suficiente, que no buscamos lo esencial” (Papa Francisco).
Esta carta tiene una
motivación especial para la Comisión Ecuatoriana de Justicia y Paz, nace de una
realidad que nos ha afectado profundamente; en los últimos tiempos hemos
perdido a entrañables amigos como Serafín Ilvay, Andrés León y el P. Lauren
Fernández y tenemos
otros compañeros que atraviesan graves quebrantos y riesgos en su salud.
Nos sentimos íntimamente involucrados y esto nos impulsa a reflexionar sobre el
sentido de la vida y de la muerte.
Reflexionar sobre la muerte es
reflexionar sobre nuestra vida. La muerte es una dimensión de la vida, forma
parte de ella. La muerte siempre será un misterio, es la gran incógnita y la
principal crisis existencial del ser humano. Es una realidad que acompaña
nuestra existencia, sabemos que un día, tarde o temprano llegará, pero vivimos
ignorándola, salvo cuando nos afecta directamente.
Ante la muerte afloran los más fuertes
sentimientos: rechazo, negación, aceptación, consuelo, fe y esperanza. En gran
parte nuestra actitud depende del sentido que demos a ese tránsito. Cada
cultura tiene sus propias costumbres, símbolos y rituales ante la muerte; en
algunos pueblos se la asume como una parte natural del ciclo de la vida; mientras
que en otros —marcados por la incesante búsqueda de pasiones o por un activismo
permanente— se la evita, se la oculta o incluso se la niega.
Hay muertes que nos cuestionan profundamente
y nos obligan a preguntarnos “los porqués”. Duelen especialmente cuando se
trata de niños o jóvenes que no han desarrollado todo su potencial humano o
cuando fallecen personas que podrían haberse salvado con una atención médica
adecuada. Nos desconcierta la muerte inesperada, como la que llega de forma
repentina o a causa de un accidente. Otras, en cambio, nos indignan: aquellas
vidas segadas por la violencia cruel y estéril, o las que se apagan en la
soledad, marcadas por el abandono de los suyos. En muchos decesos se deja
entrever la cínica máscara de la llamada “cultura del descarte”.
Hay también muertes de
personas que, habiendo cumplido su ciclo vital, asumen este paso con un sentido
trascendente. Cuando perciben que la vida se apaga o que el peligro es
inminente, se abandonan en las manos de Dios diciendo: “Señor, que se haga
tu voluntad”. Otras muertes se convierten en testimonio ejemplar, como la
de quienes entregaron su existencia en sacrificio por los demás como Mons.
Alejandro Labaka, la Hna. Inés y tantos otros que dieron su vida al servicio
del bien común y en amor al prójimo.
Al final, cada persona muere en soledad,
no podemos atisbar el más allá, no obstante, este trance se vuelve más
llevadero cuando existe la posibilidad de despedirse y de ser acompañado por el
cariño y la presencia de la familia y los amigos.
La muerte es, en cierto modo, la
recapitulación que da sentido a toda la vida. Nos permite reconocer la
fragilidad de tantas vanidades y pone en evidencia la fatuidad del orgullo, así
como de la incesante búsqueda de placer, prestigio, poder o dinero. Sin
embargo, también nos recuerda —en palabras del Papa Francisco— que “solamente
el bien y el amor que sembramos mientras vivimos permanecerán”.
¿Cómo podemos llenar nuestra vida de esa
trascendencia? Es necesario revisar nuestras prioridades. Si creemos en el
Reino de Dios y en el Evangelio, debemos comprender que la vida es un
peregrinaje hacia la casa del Padre y hacia la plenitud de la existencia. Esto
nos llama a comprometernos con todo el corazón y la mente en hacer el bien,
compartiendo nuestra vida de manera solidaria y en comunidad. Quienes
entregaron su vida por los demás permanecen vivos en aquellos a quienes amaron
y en quienes se nutrieron de su ejemplo.
En medio del dolor por la pérdida de seres queridos y
amigos, surge la esperanza y la confianza que nos regala Cristo Resucitado,
quien nos dice: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Lc
20,38), sabiendo que “Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; porque yo soy
la resurrección y la vida” (Jn 11,25-26).
#ComuniquemosEsperanza
Con los ojos fijos en El, en la realidad y la
fe" es una publicación de la Comisión ecuatoriana Justicia y Paz,
resultado de reuniones periódicas de los miembros de la Comisión para analizar,
reflexionar y proponer alternativas, a través de estas cartas.
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