Con los ojos fijos en El
en la realidad y la fe
Comisión ecuatoriana Justicia y Paz
carta No. 28 - 15 mayo
2020
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La corrupción es un pecado que va en contra
de la voluntad de Dios porque atenta directamente a los derechos del prójimo y
al bien común, echa a perder un país, destruye el orden social y desintegra la
administración pública y las instituciones privadas y, lo que es peor,
pervierte las conciencias de las personas, siendo los jóvenes y niños los más
afectados.
La Corrupción: Flagelo que quema la vida del pueblo
El fraude, el soborno, el cohecho, los
sobreprecios desangran y crucifican al pueblo, estos actos de corrupción que
venimos experimentando no son esporádicos, sino, al parecer, son crímenes
estructurados, organizados y sistemáticos que han sido planificados y se han
ejecutado con ignominia, con el fin de alcanzar el beneficio propio y de unos
cuantos sin que les importe perjudicar a otros, los más afectados son siempre
los más débiles.
La
corrupción para el Papa Francisco “es una de las heridas más lacerantes del
tejido social, porque lo perjudica gravemente tanto desde un punto de vista
ético como económico: con la ilusión de ganancias rápidas y fáciles… en
realidad empobrece a todos, menoscabando la confianza, la transparencia y la
fiabilidad de todo el sistema. La
corrupción degrada la dignidad de la persona y destruye los ideales buenos y
hermosos. La sociedad está llamada a
comprometerse concretamente para combatir el cáncer de la corrupción que, con
la ilusión de ganancias rápidas y fáciles, en realidad empobrece a todos”. Por
ello, Francisco invita “a la sociedad en su conjunto a comprometerse
concretamente en combatir el cáncer de corrupción en sus diversas formas”
(2019).
Es una tarea impostergable y una responsabilidad
ineludible de todos los cristianos luchar, denunciar, combatir, rechazar este
flagelo que “se ha vuelto natural, al
punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre,
una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras, en las
contrataciones públicas, en cada negociación que implica a agentes del Estado” (Papa
Francisco, 2017).
En esta
época de pandemia en que miles de personas han fallecido, millones carecen del
alimento diario y salen a la calle desafiando a la muerte para buscar el pan
del día, que haya personas en instituciones públicas que, con la complicidad de
algún empresario y de grupos políticos, planifiquen y ejecuten acciones de
corrupción es inaudito. Son delitos que
exigen investigaciones inmediatas y objetivas, enjuiciamiento y sanción
ejemplar a los culpables.
La
impunidad en todos los casos de corrupción pública, es un doble crimen social,
porque se permite el cometimiento de un delito que afecta a todos, y además no
se lo sanciona, dejando que, culturalmente, aparezca lo execrable como bueno y
digno de imitarse.
Es nuestra obligación, como católicos,
combatirla frontalmente, sin tregua; el callar es una forma de permitir
y colaborar con el crimen, convirtiéndonos con nuestro silencio en
cómplices. No basta en sabernos
honrados, el ser honestos en nuestra vida es condición para denunciar y señalar
la corrupción y a los que la cometen, como el más grave atentado al bienestar
de nuestro pueblo.
La corrupción jamás podrá contra la esperanza, por
ello nuestra porfiada lucha contra esta pandemia que desarticula y corroe el
tejido social debe ser permanente.
Sabemos que no podremos vencer este mal en nuestra Patria sino hay una
conciencia y responsabilidad en enfrentarla, en todos, pero particularmente en
los que nos decimos seguidores de Jesús, que dio su vida, para que todos
“tengamos vida y vida en abundancia”.
(Jn 10,10).
Con los ojos fijos en El, en la realidad y
la fe es una
publicación de la Comisión ecuatoriana Justicia y Paz, resultado de los
Observatorios de Política y Eclesial, que reúnen periódicamente a los miembros
de la Comisión para analizar, reflexionar y proponer alternativas, a través de
estas cartas.
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