Mensaje del Papa
Francisco para la celebración de la
51 Jornada
mundial de la Paz - 1 de enero de 2018
Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz
1. Un deseo de paz
Paz a todas las personas y a todas las naciones de la
tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de
Navidad, es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los
pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que
tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera
recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22
millones y medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido
predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que
buscan un lugar donde vivir en paz». Para encontrarlo, muchos de ellos están
dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los
casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el
sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos
de su destino.
Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que
huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a
causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación
ambiental.
Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro
corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que
nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un
hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda
y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable
de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos
problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El
ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes
sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas
que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la
prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu». Tienen una
responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben
garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo
armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no
consiguió terminar la torre que había comenzado a construir.
Fuente: www.vatican.va
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